La felicidad es sólo un momento. Efímera: pica y se va. Pero la vida parece regalar situaciones como éstas para demostrar que son eternas, en algún cajón de los recuerdos, de esos que están en el corazón. En un momento: justo cuando las luces del Héctor Echart parecen brillar más fuerte que nunca en un cielo raso que se achica cada vez más. En el medio unos papelitos de colores empiezan a bailar con el aire, y se entremezclan con sonrisas desperdigadas por el parquet. En un momento: cuando la gente alienta incesantemente, hasta tornar un mismo alarido ensordecedor. Cuando la copa se rinde a merced de los brazos azulgrana y el mundo desafía a la ética y deja de girar para que cada uno se lleve un poco, aunque sea un poco, de un momento que no se irá jamás.
Pero San Lorenzo ya colecciona una serie de momentos así. Exactamente son siete: es el séptimo título de los diez posibles en los últimos tres años. Tres Liga Nacional, dos Supercopa, una Liga de las Américas y un Súper 4. Un Ciclón arrasador, que no para de ganar títulos, romper récords y escribir su historia que quedará asentada en los libros del básquet nacional.
Y para no ser menos, el encuentro ante San Martín de Corrientes fue, sin duda, de película. San Lorenzo arrancaría con un brillante primer tiempo para irse al descanso 46-37; mucha solvencia defensiva y un despliegue en ataque con todas las luces para obtener una importante diferencia. En el tercer capítulo, la historia se empezaría a complicar porque los correntinos ajustarían la defensa y empezaban a atacar con muchísima velocidad para revertir la historia e inclusive ponerse 10 puntos por encima.
Pero San Lorenzo tiene eso, que el corazón no claudica y nunca para de bombear: pura garra el equipo de Gonzalo García que fue una máquina sobre el final y a falta de 15 segundos dio vuelta el encuentro con un doble de Tucker: se puso 85-84, dejó un final feliz para el cuento y trajo la copa a Boedo.
El Etchar se vacía. Las luces se apagan. Los papelitos vuelan y se pierden con el viento. Las sonrisas vuelven a ser esas cicatrices que quedan de la vida misma. El corazón guarda un momento. Otro más.